dimarts

madame bovary (gustave flaubert)

-¿Le ha ocurrido alguna vez -replicó León- encontrar en un libro una idea vaga que se ha tenido, alguna imagen oscura que vuelve de lejos, y como la exposición completa de su sentimiento más sutil?


¿No tenían otra cosa qué decirse? En sus ojos, sin embargo, rebosaba una conversación más seria; y, mientras se esforzaban en encontrar frases banales, se sentían invadidos por una misma languidez; era como un murmullo del alma, profundo, continuo, que dominaba el de las voces.


El amor, creía ella, debía llegar de pronto, con grandes destellos y fulguraciones, celeste huracán que cae sobre la vida, la trastorna, arranca las voluntades como si fueran hojas y arrastra hacia el abismo el corazón entero. No sabía que, en la terraza de las casas, la lluvia hace lagos cuando los canales están obstruidos y hubiese seguido tranquila de no haber descubierto una grieta en la pared.


Emma se parecía a todas sus amantes; y el encanto de la novedad, cayendo poco a poco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión que tiene siempre las mismas formas y el mismo lenguaje. 

Lo cual resumía su opinión; porque los placeres, como escolares en el patio de un colegio, habían pisoteado de tal modo su corazón, que en él no crecía nada tierno, y lo que pasaba por allí, más distraído que los niños, ni siquiera dejaba, como ellos, su nombre grabado en la pared.

No hay que tocar a los ídolos; su dorado se nos queda en las manos.