dimecres

aire de dylan (enrique vila-matas)

¿Saber que uno iba a convertirse pronto en un radical mudo y un ágrafo equivalía a verse en el horizonte convertido en una naranja pelada?
No, no era eso. Y aquella zarrapastrosa pregunta que acababa de hacerme era la mejor prueba de que debería callarme incluso cuando sintiera deseos de hablar conmigo mismo. Sí, a semejantes extremos llevaba mi arrepentimiento. 


Pensaban que lo mejor sería adquirir de golpe el punto de vista de los que de viejos llegaron a sabios escépticos y ahorrarse falsas expectativas juveniles, pues cada día iba a hacerse más evidente en el mundo lo inútil que iba a ser esforzarse en mejorarlo cuando éste rodaba ya descerebrado hacia un final de copas envenenadas.


Obrarían de forma tal que, en cuanto tuvieran una idea, se resistirían a llevarla a la práctica. No habría nadie en el mundo tan consciente de la desilusión que sigue a toda obra humana, y eso haría que se ahorraran cualquier acción para evitar el fracaso.


En realidad, le mentí, pero es algo que a veces hago para no perder la práctica de hablar y no decir la verdad, práctica no siempre necesaria para la creación de ficciones, pero que tampoco es conveniente perder de vista.