dissabte

entre cielo y tierra (jón kalman stefánsson)

De treinta a cuarenta cabañas, tal vez incluso cincuenta, ya no lo recordamos con exactitud; hay tantas cosas que caen en el olvido, que se desvanecen: también nosotros hemos aprendido a fiarnos más de los sentimientos que de la memoria.
 
El infierno es tener brazos y nadie a quien abrazar.
 
Toda la tripulación se encomienda a Dios, excepto Bárður y el muchacho, menos confiados que los demás. Ellos son jóvenes, han leído más de lo que tenían que leer y por eso sus corazones bombean más incertidumbre.
 
Los seis hombres permanecían silenciosos, humildes y agradecidos de estar vivos. Pero no es propio del ser humano ahondar demasiado en los sentimientos de humildad y agradecimiento, así pues, algunos se pusieron a pensar en el tabaco y olvidaron la eternidad.
 
Además, la vida tiene una ventaja sobre la muerte: más o menos sabes qué te vas a encontrar, en cambio la muerte es una gran incertidumbre y pocas cosas lleva tan mal el ser humano como la incertidumbre, no hay nada peor.
 
Quizá yo también debería dejarme barba, piensa el muchacho, tardaría menos de un mes en cubrirme las mejillas, pero entonces recuerda que ha decidido morir mañana, así que descarta la idea de dejársela crecer.
 
Algunos muertos viven en los sueños, por eso a veces es doloroso despertar.